Historia Insólita De La Música Tradicional Ii

2020-05-11
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Cesar Franck no solo fue entre los más excelsos compositores franceses, sino también un pianista de primer orden. Con once años la interpretación ya no tenía misterios para él. A los quince años optó a un premio del Conservatorio, debiendo tocar un concierto para piano de los cinco (hay un sexto póstumo) que Hummel había escrito. Pues bien, Franck no solo ejecutó la obra sin errores, sino que en la prueba de repetización transportó a la tercera inferior toda la obra, a primera vista y sin interrupción.

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Con ocho años, la música de Beethoven por el momento no tenía secretos para Mendelssohn. A los doce años asimismo accedió al Parnaso Ludwig van Beethoven, con una obra de bajo perfil, nueve variantes para piano sobre una marcha de Dressler, que su profesor Neefe consideró muy satisfactorias.

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La obra con música se representó por primera vez ese 15 de junio. Si brincamos del Op. 84 al 72 descubrimos que la obertura de Fidelio se la tomó su creador un tanto a chirigota si tenemos en consideración que en la víspera del ensayo general de la ópera la parte estaba sin crear. Pero en vez de encerrarse en su casa, y más en concreto en la habitación del pavor, Beethoven salió a comer a su lugar de comidas favorito con un amigo, el doctor Bertolini; si tan propicio escenario abría el apetito no había razón para meditar que no lo hiciese con la inspiración, así que el músico probó fortuna. Ya que bien, ese otro aparato secretor de Beethoven funcionó perfectamente y sin previo aviso cuando tras la comida solicitó la carta, pero no para elegir el postre, sino más bien para anotarlo, en tanto que le dio la vuelta y trazando un pentagrama comenzó a garabatear una aceptable cantidad de notas.

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Incluso al tren debemos entre las proyectos más sugerentes escritas para piano, el Concierto en Sol más grande, de Ravel, quien contó a Robert de Fragny de qué manera la obra le llevó sólo dos semanas de trabajo, ocurriéndosele el tema inicial en el tren que hacía el trayecto de Oxford a Londres. Esa división del cerebro en compartimentos estancos promotora de dos tareas concurrentes fue diversión de no pocos compositores. Saint-Saëns se quejaba de que le costaba Dios y ayuda obtener una idea y desarrollarla; sin embargo, el crítico musical George Servieres le vio trabajar y afirmó que componía parado frente a un enorme pupitre, llenando cuadernos de notas a una agilidad endemoniada y sin la menor vacilación, todo ello mientras que ambos charlaban animadamente. Pero fue quizá Franz Schubert quien evidenció la más excepcional capacidad de abstracción selectiva en sus capítulos autores, siéndole absolutamente indiferente que hubiera jaleo a su alrededor o que va a llegar sin comunicar algún hijo de vecino a contarle sus cuitas. Si en lugar de papel pautado hubiese tenido bajo su pluma un crucigrama las adversidades habrían sido interminablemente superiores. Su amigo Schober escribió de tras su muerte que «iba frecuentemente a los cafés y componía allí sus belloslieder, lo mismo que hacía en el hospital (donde compuso los Müllerlieder, según cuenta Hölzer), al que le condujo su vida voluptuosa y sensual».

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AÑO DE LA MISERICORDIA Para sobrellevar las pruebas con paciencia seguramente no hay nadie vivo en este planeta que no ha sido trata‐ do injustamente. Este trabajo espiritual de la misericordia necesita bastante de .

De hecho logró que su caché por concierto aumentara de trescientos a tres mil dólares estadounidenses en 1920, transformándolo en el violinista mejor pagado del orbe. Quedaba justo por detrás el prodigioso ruso Jascha Heifetz, uno de los superiores talentos que ha generado la narración de la música. Ya que a los seis años de edad dominaba el Concierto para violín de Mendelssohn con aquel fenómeno sólo había que sentarse y aguardar, y de ser posible con unas lentes de sol homologadas, por el hecho de que Heifetz ascendió como un meteorito e alumbró todo el espacio musical con sus destellos. Absolutamente nadie como él en Estados Unidos encarnó la locución del veni, vidi, vici; en el momento en que con dieciséis años viajó al imperio de los dólares americanos se estrenó en el Carnegie Hall y le llegó la fama en América de la noche por la mañana. Solo dos años después ya ganaba 2 mil quinientos dólares americanos por concierto, y dejada varios años después la grabación de discos, aún la discográfica Victor le hacía llegar cada año unos cien mil dólares estadounidenses de réditos.

Charlar de amistad para referirse a ellos es una obviedad, una burla léxica, una forma de reconocer que alén del sujeto no se nos sucede predicado alguno. Me sorprenden esos contratos caninos de amor donde faltan las palabras y, sin embargo, no hay nunca equívoco alguno; me asombra la forma sutil donde diferencian lo que «eres» para siempre y el de qué forma «andas» de día en día. Vivo cubierto de 4 y, créanme, sé de lo que hablo; pero, más que nada, sé lo que me callo. La violinista recordaba igualmente de qué manera ayudándole en la digitación de su Sonata para violín y piano numerosos gatos siameses se pasearon sobre el manuscrito dejando esparcidas sus huellas de barro, sin que al compositor le importase lo más mínimo. Pero hubo quien situó a un gato en la génesis de su carrera creadora, y sucede que la primera composición del por entonces niño Charles Ives ¡fue un canto fúnebre para el gato de la familia, Chin Chin!

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  • Ernst Krenek asimismo defendía la ecuación de reclusión y también inspiración como fórmula matemática eficaz.
  • Con siete mujeres en el hogar, Sibelius se las veía y deseaba para llegar a final de mes a golpe de pentagrama.

Tan sólo siete semanas después estrenaba La Traviata, que compuso a gran velocidad y entre fuertes dolores en el brazo derecho que le dejaban prácticamente paralizado; en marzo de ese año componía Rigoletto, en unos cuarenta días. En lo que se refiere a La forza del destino fue compuesta en seis o siete semanas, dejando la tarea de orquestación para más adelante. Pero esta velocidad contrasta con la mengua de facultades que Verdi sufrió al cumplir setenta años, y prueba de ello son los un par de años que le llevó su Otello, cumplidos los setenta y uno, pudiéndose comprobar en la partitura manuscrita numerosos borrones y tachaduras. Aquella preocupación no era para menos, y así Harold C. Schonberg nos revela de qué forma su Barbero de Sevilla empleaba arias y conjuntos terminados de La cambiale di matrimonio, compuesta seis años atrás, además de materiales de otras 4 óperas. Realizando trampa, tirándose faroles, tomando atajos… En el mundo de la música, como en cualquier otro planeta, también había impostores, y es que el paño que mejor se vendía en el arca era la agilidad.

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Viajó con pasaporte italiano a la Hungría comunista y cumplió su misión. Pero en el momento en que va a coger el tren de vuelta a Viena, lo detectan los espías del KGB, lo detienen, lo someten a un interrogatorio de horas y lo culpan de espionaje. Pero, a las 48 horas y «tras tocar los palillos correctos, me soltaron y pude regresar». Los palillos son el Vaticano y también Israel, los 2 Estados para los que trabajaba. Y en Madrid vivió, de niño huérfano, la temporada de la República. «En el centro, donde fui compañero de Fernando Fernán Gómez, los jóvenes católicos llevábamos una cruz en la solapa y los colorados, un demonio con cuernos y rabo».

O más bien bajo una ducha de agua fría, en tanto que el mecenas, sabedor de su inclinación a las juergas y las comilonas, le imponía una especide de arresto domiciliario hasta el estreno para no distraerse en la escritura, debiendo alojarse en la casa de Luigi Zamboni, el tenor que encarnaría Fígaro. Desconocemos si el tenor solicitó al mecenas una dieta de pernocta y hospedaje para dar de comer hasta entonces a aquel hijo de Pantagruel. La Guerra Civil de españa negó asimismo el nihil obstat a Joaquín Turina, sin ser con la capacidad de escribir nada por la mucha preocupación que le causaba tener 2 hijos en el frente. Esa guerra descentró asimismo de enorme manera a Manuel de Falla, tanto a nivel personal como en lo musical, ralentizando su última obra importante, La Atlántida, que pese a ocuparle los veinte últimos años de su historia quedó inconclusa. No en balde, en una página del manuscrito está anotada la fecha de comienzo de la obra, 29 de diciembre de 1928, pero más adelante se ve la del 8 de julio de 1946, que tiene relación a parte del aria de Pirene, inserta en la sección primera de la obra. En definitiva, para Falla La Atlántida fue un laberinto donde el creador tenía considerablemente más de toro que de Ariadna, de forma que jamás supo salir de . Durante la guerra su lectura favorita fue un catecismo en francés, en cuyos márgenes planteaba angustiados problemas sobre un planeta al que no veía salida y un más allá del que no veía la entrada.

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